La salida de escena de Hagel se interpreta como la
necesidad que tiene Obama de controlar la política de defensa
Dimitido –o cesado- Chuck Hagel el
pasado lunes, Barack Obama no tiene, hoy por hoy, sustituto para
dirigir el Pentágono después de la negativa de su primera candidata, Michèle
Flournoy, que habría sido la primera mujer al frente de la Secretaría de Defensa
de Estados Unidos.
La vacante se produce a renglón
seguido de la victoria republicana en las elecciones parciales al Congreso, y
la salida de escena de Hagel se interpreta como la necesidad que tiene Obama de
controlar la política de defensa y no verse sujeto por la nueva mayoría, de un
lado, y un republicano mandando en el Pentágono como hasta ahora.
Las desavenencias entre el
presidente y Hagel son conocidas, pero el momento no puede ser más delicado
para Estados Unidos: Obama se ha embarcado en una reactivación de sus fuerzas
armadas en Afganistán (por la puerta de atrás, al margen de lo pactado con
Kabul) y en Iraq, y tanto en este país como en Siria lleva a cabo una campaña
contra la organización Estado Islámico poco definida y sobre la cual llueven las
críticas.
Michèle Flournoy tuvo un alto
cargo en el Pentágono: fue subsecretaria de política de defensa del 2009 al
2012, esto es, con dos de los tres secretarios que ha tenido hasta ahora Obama,
el republicano Robert Gates y el demócrata Leon Panetta, ambos antiguos
directores de la CIA. Flournoy preside un think tank militarista del que es
cofundadora, el Center for a New American Security, y desde allí ha dicho que
rechaza la oferta de volver al Pentágono por motivos familiares.
Quedan, al parecer, dos
candidatos: el actual vicesecretario, o número dos, Robert Work -que tenía la
confianza de Chuk Hagel- y Ashley Carter, su predecesor en el cargo bajo el
demócrata Leon Panetta y hoy ejecutivo en otro think tank, la Markle
Foundation. Ambos son individuos dedicados a aspectos de tecnología militar.
Había un tercer candidato, el
senador demócrata y exmilitar Jack Reed, pero se retiró el mismo lunes, publica
Foreign Policy, que señala además las malas relaciones de Ashley Carter con el
círculo de confianza de Obama, en particular su asesora de seguridad nacional,
Susan Rice, lo cual lo convertiría en una dudosa opción.
Según el semanario Politico, en
realidad Michèle Flournoy se estaría reservando para el cargo si Hillary
Clinton ganara las presidenciales del 2016. Dos años de administración Obama
dan para poco, y menos en las actuales circunstancias, que pueden quemar a
cualquiera. Fuentes citadas por Politico señalan que si el presidente ha tenido
ya tres secretarios de Defensa, eso significa que el problema no son ellos,
sino él mismo.
La administración de Defensa con
Obama no tiene nada que ver con la de George W. Bush, en la que una cofradía
estrechamente ligada a la industria militar y a la del petróleo –Dick Cheney,
Donald Rumsfeld…- y rodeada de intelectuales neoconservadores dirigía la
maquinaria para el presidente. Obama ha querido mandar demasiado, para el gusto
de sus jefes del Pentágono, y de ahí los sucesivos relevos.
Lo cierto es que el mundo no ha
resultado ser como pretendía Obama. El pago de los desastres generados por Bush
en Iraq y Afganistán ha impedido una retirada como él quería, y su idea de
“liderar desde atrás” en coaliciones internacionales tampoco ha resultado. La
intervención en Libia para derrocar al coronel Gadafi ha sido la mayor expresión
de fracaso porque el país ha acabado en el caos. Y la invasión rusa de
territorio ucraniano ha quedado sin respuesta, a criterio de los republicanos y
en especial de su hombre fuerte en estos temas, el senador John McCain.
Pero donde es más visible lo que
muchos consideran una política errática e indecisa es en Siria. Estados Unidos
no ha sido capaz de encontrar y apoyar un socio entre la oposición armada al
régimen de Bashar el Asad, y sus aspirantes se están pasando en masa a las
filas del Estado Islámico (EI), que son los que tienen armas y capacidad de
organización. En Iraq, al mismo tiempo, la lucha contra los yihadistas ya no es
una guerra contrainsurgencia convencional como hasta hace bien poco. Todo esto
pone aún más en evidencia el defecto de fondo que todo el mundo señala: la
campaña de bombardeos aéreos contra Estado Islámico no sirve.
Peor aún: mientras cada día está
más claro que no se puede luchar a la vez contra el régimen sirio y el EI,
todavía está por saberse cuáles son las intenciones de Obama hacia Bashar el
Asad ni en qué términos hay que entender una alianza con Irán frente a Estado
Islámico, precisamente cuando no se ha alcanzado un acuerdo con Teherán –aliado
del presidente sirio- sobre su programa nuclear.
Sea demócrata o republicano el
nuevo jefe del Pentágono, todos los comentarios aparecidos estos días apuntan a
que lo tendrá muy difícil, tanto dentro de casa –ante Obama y el Congreso- como
fuera. Foreign Policy apunta incluso algo más serio: si no hay una lista clara
de candidatos (la publicación anuncia algunas nombres hipotéticos) y estos
tienen que pasar el filtro del Congreso, el asunto se puede demorar meses, “lo
que dejaría a Check Hagel en la incómoda posición de tener que llevar los
asuntos sin la confianza del presidente y sus asistentes”. En otras palabras,
en lugar de un “pato cojo”, como llaman los norteamericanos a los presidentes
que se quedan sin apyos, habría dos…
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